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Turismo regenerativo: ¿una utopía bienintencionada o el nuevo camino necesario?

  • Foto del escritor: Pablo Granell
    Pablo Granell
  • 24 jul
  • 3 Min. de lectura

“El turismo regenerativo es un paso más allá del sostenible. No se trata solo de no hacer daño, sino de regenerar: contribuir a que el lugar visitado esté mejor después de nuestra visita.”


Esa frase se repite con entusiasmo en congresos, artículos y propuestas de desarrollo turístico en los últimos años. Y no es para menos: la idea es poderosa. Pensar que un viajero puede no solo evitar impactos negativos, sino dejar un territorio mejor que como lo encontró, es una promesa que conecta con el deseo de transformar el mundo desde lo cotidiano. Pero, ¿es realista?

Turismo regenerativo

En esta búsqueda por hacer las cosas “mejor”, aparecen preguntas que, como profesional del diseño de experiencias y del desarrollo turístico, no puedo dejar de plantearme.


¿Quién define qué es “regenerar”?

La primera duda que me surge es: ¿quién establece los parámetros de lo que significa una acción regenerativa adecuada y correcta? ¿Qué indicadores nos permiten afirmar que un destino está “mejor” luego de la visita de turistas? ¿Hablamos de biodiversidad, de cohesión social, de economía local, de conservación del patrimonio?


El riesgo de conceptos como este —cargados de buenas intenciones— es que se vuelvan vagos o simbólicos si no están acompañados de criterios claros, aplicables y contextualizados.


¿Es el turista el protagonista de esta regeneración?

Otro dilema tiene que ver con el rol que se asigna al turista. ¿Por qué sería él o ella quien debe liderar o ejecutar acciones regenerativas? ¿Tiene el conocimiento, la sensibilidad o las herramientas necesarias? ¿Queremos convertir al viajero en una especie de activista itinerante? ¿Debe necesariamente dedicar su viaje a "trabajar" y no a descansar?


Más allá de buenas intenciones, la mayoría de los turistas no están formados para llevar a cabo intervenciones territoriales, sociales o ambientales con criterio técnico o ético. Y muchas veces, cuando se intenta forzar ese papel, se cae en lógicas de volunturismo o experiencias superficiales que tranquilizan la conciencia, pero no aportan verdadera mejora al destino.


¿Están los empresarios preparados?

Y si el turista no es el actor principal… ¿lo son los empresarios turísticos? ¿Cuántos alojamientos, operadores o destinos están hoy realmente capacitados para diseñar, liderar y evaluar proyectos regenerativos?


El compromiso con lo regenerativo exige una visión sistémica, una lectura profunda del territorio y una disposición a colaborar con actores locales, científicos, comunidades y gestores públicos. No basta con incorporar prácticas verdes o discursos inspiradores. Se trata de reparar, restaurar, co-crear y cuidar procesos a largo plazo.


¿Qué significa que un lugar esté “mejor” después?

¿Mejor para quién? ¿Desde qué mirada se evalúa esa mejora? Lo que para un turista puede ser un “mejor destino” por su tranquilidad, autenticidad o paisajes bien conservados, para una comunidad local puede significar pérdida de acceso, gentrificación o cambios no deseados en sus dinámicas cotidianas.


Presuponer que los turistas afectan negativamente los destinos (y que, por lo tanto, deben compensar o regenerar) también es peligroso. No todos los flujos turísticos son destructivos. No todos los destinos están en crisis. La solución no puede pasar por cargar al visitante con la responsabilidad de reparar un sistema que, muchas veces, ya estaba deteriorado antes de su llegada.


Entonces, ¿hay futuro en el turismo regenerativo?

Sí. Pero no si lo convertimos en un eslogan bonito sin respaldo operativo. El turismo regenerativo tiene sentido si es parte de un proyecto de desarrollo territorial justo, colaborativo y bien diseñado. Si es liderado por comunidades que definen qué, cómo y con quién quieren regenerar. Y si las empresas turísticas asumen su rol como facilitadoras, no como salvadoras.


Al turista le podemos invitar a mirar, a escuchar, a participar desde la humildad. Pero no le podemos pedir que cargue con la responsabilidad de sanar lo que ni la política, ni la economía, ni el propio sector ha sabido cuidar.


En resumen

El turismo regenerativo plantea una visión poderosa. Pero como toda visión ambiciosa, requiere rigor, tiempo, formación y responsabilidad compartida. No es una fórmula mágica. Es una posibilidad.


Y como todas las posibilidades reales, necesita menos frases inspiradoras y más acciones concretas, humildes y bien pensadas. Tener experiencia como paciente no convierte a nadie en cardiólogo. Lo mismo pasa en turismo: no basta con haber viajado mucho para saber cómo se gestiona y mejora un destino.


Dejemos a los profesionales turísticos y no turísticos, formados y capacitados, tanto del sector público como privado, que sean ellos los que establezcan las líneas de actuación para un mejor turismo.


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