Parece que debemos acostumbrarnos a convivir con noticias diarias de como el turismo sin planificación o mal planificado comienza a generar tensión entre las poblaciones anfitrionas. Lo hemos escuchado o leído en las últimas semanas de forma muy mediática con destinos como Canarias y Baleares, pero hace mucho tiempo fueron ciudades como Barcelona, Sevilla y Madrid las que empezaron a dar las primeras señales de alarma.
Uno de los principales motivos desencadenantes de este "mal vivir" en las ciudades anfitrionas lo genera la oferta (o exceso) de plazas de alojamiento y es que llevamos toda la vida sin controlar lo que realmente importa. ¿cuantas plazas de alojamiento reales existen en nuestro país? ¿porque existen plazas ilegales? ¿porque dejan que existan? ¿no hay medios para controlarlas? Con toda la Inteligencia Artificial ¿no hay manera de detectarlas? Sabemos cuantas veces se levanta la tapa de un basurero público pero no cuantos apartamentos generan esa basura. Quizás nuestros destinos no sean tan inteligentes y tienen brechas.
Caer en la estrategia de defensa básica y simplona de que todo se justifica por lo que el turismo aporta al PIB, es tan común como parece ser la falta de profesionales audaces en el ámbito turístico en puestos de responsabilidad política. No hay día que no encontremos una noticia de autocomplacencia de los millones de turistas que cada año somos capaces de atraer con nuestros maravillosos e increíbles recursos, sin explicar el coste.
Viajar se ha convertido en un fenómeno imparable, bien por vocación bien por osmosis. Pero no sucede ni de la misma manera ni en los mismo tiempos atendiendo a los diferentes destinos. La visión más cacareada hace años por los futurólogos del turismo de que la pandemia cambiaría la forma de viajar ha sido un éxito. La gente huiría de los lugares masificados y buscaría un turismo más "sostenible, personal, humanizado, desconectado..." Lo dicho, han hecho grande a la bruja Lola.
Vayamos ahora al titular tan atractivo de la España vaciada, y que se acompaña en tantas ocasiones de como el turismo es la herramienta para "llenarla". ¿Alguien se ha tomado el tiempo para hablar con los pequeños y medianos empresarios turísticos de nuestro interior, y conocer que nada o poco está pasando en relación a esto? El turismo rural supone en muchas ocasiones rentas complementarias. El cliente nacional les ocupa pero les preocupa. El internacional sigue optando mayoritariamente por costa y grandes urbes. El hotel rural trabaja cuando trabaja y su ocupación es la que es. No hay relevo generacional y la mitad de los propietarios le pondrían un lazo al negocio. Bares y restaurantes pescando moscas entre semana y locos los findes. El comercio tradicional desaparece. La mano de obra busca mejores y mayores facilidades. La rotación de personal se ha convertido en algo anacrónico. Las exigencias normativas son cada vez mayores. Y lo mejor de todo, ser sostenible es un imperativo pero ni se vende ni lo quieren pagar.
Por otro lado, y en el supuesto que el turismo fuera o fuese parte de la solución, emprender en la España vaciada es realmente ser cabezón o cabezona, además de tener una orden divina que te "obliga" a ello. Los enemigos están a la vuelta de la esquina, investidos por un halo de autoridad legal. Prohibiciones, limitaciones, normativas obsoletas, retrasos, licencias que tardan o no llegan, y todo ello acompañado de querer acoplar lo profesional con lo personal: búsqueda de casa, (nada como hacer la prueba de interesarse por una propiedad para que sus acciones se disparen), colegio, médico, apoyo, etc.
Sin caer en mis propias contradicciones de ser "futurólogo", creo que las cosas terminarán pasando o sucederán y que la España vaciada se llenará por cansancio, hastío, enojo, malestar, oportunismo o radicalidad, ...y que ese trasvase se dará desde grandes y medianas ciudades al borde de un ataque de nervios. No será la administración la que oriente las herramientas y soluciones efectivas, que sigue gastando fondos (de todos) en muchos proyectos humo donde no se exige ni se mide el retorno y que benefician a los iluminados.
Lo buena noticia es que siempre estamos a tiempo de salvar las naves. Tan fácil como orquestar un buen guión donde los buenos se imponen a los malos. La España vaciada requiere de normativas audaces, que en su diagnóstico reflejen la patología real y su cura. Debemos fijar población, pero no sorteando casas o buscando familias que regente el bar. Debemos generar hubs empresariales donde el I+D+I oriente la concentración de empresas, startups y emprendedores con el objetivo de colaborar, intercambiar conocimientos, generar sinergias y fomentar la innovación. Y de todos los sectores, y especialmente del primario y secundario para que los proyectos sean lo suficientemente atractivos con el objeto de generar un relevo y supongan lanzaderas para reconstruir el futuro de la mal llamada España rural. Debemos priorizar la comunicación, el acceso a la vivienda, la tecnología al servicio de la calidad de vida, el apoyo a la rebaja de la presión fiscal, desterrar la filosofía de la subvención por la del esfuerzo y cumplimiento de objetivos, la empatía de la administración pública como dinamizadora y no como rodillo, la elección libre frente a la única alternativa.
Y finalmente, cuando esté el problema encauzado, nos ponemos a jugar a votar al pueblo más bonito de España.
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